sábado, 2 de febrero de 2008

Discurso de Batlle y Ordóñez, Porongos, 3 de Mayo de 1919

Señores: No penséis que lo que ocurrió (la división colorada) es un mal. No penséis que este entusiasmo y este deseo que experimenta cada uno de ejercer su derecho, es un mal. Si eso fuera un mal, habría que renunciar al bien sobre la tierra!. Creed, al contrario, que por la primera vez en la República el pueblo va a hacer que se cumpla su voluntad, y sabed que la voluntad del pueblo es siempre la mejor voluntad.

Dentro de las instituciones actuales, con las leyes que van a empezar a regir, la división es un bien. No la división ante el adversario tradicional, pero sí la división entre nosotros, para discutir nuestras ideas, para sostenerlas y para encomendar a los candidatos de nuestra confianza la tarea de realizarlas en las altas esferas del gobierno.

Colorado quiere decir ciudadano o habitante del país que ha heredado las tradiciones de gloria de Rivera, de la Defensa y de Flores, creadas en aras de la libertad. Ser colorado quiere decir odiar la tradición de Rosas y de Oribe. Ser colorado quiere decir espantarse ante la idea de que tales o parecidas cosas puedan producirse en nuestro país. Colorado quiere decir estar dispuesto a verter toda su sangre para que eso no suceda más entre nosotros. Esto es lo que nos une.

Pero voy a deciros ahora lo que nos divide. Lo que nos divide son las ideas que cada cual tiene el derecho de abrigar sobre los problemas que se discuten en el país. Es el pensamiento propio de cada uno, que cada uno tiene el derecho de sostener. Dentro del Partido Colorado no hay una sola tendencia, no hay una sola idea. Hay tendencias diversas. Reconozcámoslo porque esa es la verdad.

Sin duda alguna, la fuerza más grande que actúa entre nosotros es la que nos impulsa hacia el porvenir, abatiendo los prejuicios del pasado para implantar grandes reformas reparadoras. Pero hay también quienes temen que esas reformas puedan darnos malos resultados. Y hay quienes, por lo tanto, desearían que se anduviera más lentamente o que no se anduviera. Cuando esas cosas se sienten hondamente son todas respetables. Nosotros debemos admitir que dentro del Partido Colorado se piensa con libertad.

Cuando todos hemos pensado de la misma manera, cuando todos hemos ido a las urnas con la misma lista, cuando no ha habido más que un pensamiento en toda la República, ese hecho ha significado una sola cosa; ese hecho ha significado que no había libertad.

El sentimiento colorado va a estar representado en las próximas elecciones por el lema. Y el pensamiento de cada cual, la confianza de cada cual es sus candidatos, por el sublema y por las listas.

Esto va a dar un inevitable resultado, y es el de que vayamos a las urnas con entusiasmo que no hemos tenido otras veces; que rebusquemos los votos en todos los rincones del país y que acumulemos el mejor número posible de sufragios.

Vamos a llevar, pues, a las urnas, más votos que los que hubiésemos llevado en un período de abatimiento, de descontento, de unión sin impulso, en que hubiéramos ido a ellas con listas que no nos complacían y que votábamos por la necesidad de conservar al partido en el poder, aunque no fuera para hacer lo que hubiéramos creído mas conveniente.

Yo quiero hacer esta declaración: Yo no llevo ningún interés personal en esta lucha. Yo no quiero ningún puesto, ningún puesto oficial, ninguno de los puestos que se cree que yo ambiciono. Yo no quiero ser más que uno entre vosotros.

Yo quiero concluir mi vida política como la principié: en un puesto en las filas de mi partido.

martes, 1 de enero de 2008

El Día, 13 de Abril de 1916

El referéndum

La oposición sostiene todos los días que cuenta con la opinión pública. Pero cuando se proyectan las medidas para que esa opinión pública se exteriorice en forma concreta, por medio de la votación popular sobre puntos determinados de la actividad legislativa, protesta contra el procedimiento, en una forma que revela su temor a las decisiones categóricas del cuerpo electoral. Es completamente contradictorio que, por una parte, se hable en nombre del pueblo, se cite la concordancia entre la voluntad de éste y la propaganda que en su representación se dice desarrollar, y, por otra parte, llegado el caso de comprobar esas afirmaciones, se renuncie a la ocasión propicia. El pueblo, para la oposición, es, según parece, una palabra hermosa para agitarla como bandera; pero se convierte en un peligro cuando se trata de conocer la dirección efectiva de su voluntad. La oposición se va a encontrar en más de un aprieto para conciliar sus palabras con sus hechos. En efecto ¿confía o no confía en interpretar las aspiraciones del pueblo?. Si lo primero ¿Por qué se niega –oponiéndose a la consagración constitucional de la institución del referéndum- a que éste apruebe su conducta, cuando se le convoca a que haga una manifestación en ese sentido?. Y si lo segundo ¿Por qué invoca todos los días una representación que le pertenecería?.
Naturalmente, esquivará una respuesta terminante; tiene interés en que el pueblo no pueda decidirse en los momentos oportunos porque quedaría desautorizada en cada caso, e imposibilitada para continuar hablando en nombre de esa opinión publica a la que, de buen grado, ataría de pies y manos para impedirle moverse libremente. El Partido Colorado, en cambio, sostiene que interpreta los deseos de la mayoría del país, y corrobora su patriótica sinceridad proyectando someter al pueblo todas las cuestiones que susciten dudas con el objeto de que, en la realización práctica de la función política, se siga la norma indicada expresamente por la voluntad popular. A ese fin responde la inclusión del referéndum en el proyecto de reforma constitucional que se ha publicado en este diario.

El referéndum supone la intervención directa del pueblo en la orientación fundamental de la vida política del estado. En una democracia sincera no puede desconocerse el derecho del conjunto de ciudadanos a rectificar lo hecho por los que, en su representación, gobiernan al país. Sólo las tiranías se alejan del pueblo, y sólo un pueblo tiranizado renunciaría a la facultad de declarar su voluntad por los procedimientos políticos permitidos. En las monarquías absolutas, el pueblo obedece; en los países de régimen republicano representativo, con exclusión de la consulta al cuerpo electoral, el pueblo confía en quienes lo representan pero sin la posibilidad de hacer sentir eficazmente su sanción aprobatoria o desfavorable para los gestores; en un país donde la libertad democrática esté ampliamente asegurada, el pueblo dispone.

El gobierno directo del pueblo es el régimen que inicia, racionalmente, la vida política de las comunidades pequeñas que han conquistado su libertad. En Grecia, en Roma, en Germania, en muchas ciudades italianas, en los cantones suizos, en todas partes, y siempre que se ha producido un florecimiento de la libertad, el pueblo se ha hecho dueño de sus derechos y ha impuesto su soberanía. Eso supone algo más que el control de la conducta del gobierno; es gobernar por sí mismo. Hoy, dadas las circunstancias de la vida social colectiva, de la extensión y población de los países modernos, no es posible tal solución. Pero se encuentra en el referéndum un correctivo a los posibles errores del régimen representativo, y puede esa institución ir marcando las normas generales de la acción política a la cual deben ajustar su acción los poderes del estado.

sábado, 29 de diciembre de 2007

El Día, 16 de Enero de 1890

La popularidad de “El Día”

En la calle no se pregona otro diario; El Día, El Día, es el grito repetido de los muchachos que se dispersan por toda la ciudad a todo correr. A este grito responden de este balcón, de aquella puerta, de la ventana de más allá, gentes de todos pelajes, aristocráticos y populares, que se apresuran a recibir el diario de moda. Sólo alguna vieja de hábito que morirá con ella toma La Tribuna. Sólo algún constitucionalista empedernido pregunta por La Razón.

En los cafés El Día sobre todas las mesas. En los trenes, El Día en todas las manos, en los bancos de las plazas públicas, gentes que leen El Día. Nunca diario alguno adquirió en este país tanta popularidad con tanta prontitud. ¿Puede darse una prueba más evidente del prestigio de las ideas que sostiene?.

El Día cuenta actualmente con un número de lectores tres veces más grande que el de cualquier otro diario, sin exceptuar al que tenga mayor circulación. Calculando a razón de cinco lectores por cada ejemplar que sale de la imprenta y teniendo en cuenta que su tiraje asciende actualmente a cinco mil quinientos ejemplares, resulta que el número de sus lectores asciende a veintisiete mil quinientos. La Tribuna Popular, poniéndose mucho o calculando sin dudar a razón de seis lectores por ejemplar, hacía ascender a diez mil el número de los que la leen todavía. Calculando de esa manera, serían treinta y tres mil los lectores de El Día.

Asombra a la verdad tanta popularidad en tan escasos días, y hace prever que El Día tendrá antes de un mes, un tiraje que no podía sospecharse. A las personas que duden las invitamos a pasar por nuestra administración a la hora en que se imprime el diario. Le apostamos a que no hacen igual invitación los otros diarios de la tarde.

jueves, 27 de diciembre de 2007

El Día, 19 de Diciembre de 1889

"El Día"

El Día no es una empresa comercial: es una empresa política.

La administración no es en El Día, como sucede en más de uno de los colegas de la tarde, la conciencia del diario. Estemos ahora, como hemos estado siempre antes, más atentos a las ideas de nuestra propaganda y a la influencia que ella ejerza que a los cobres de la caja. No haya cuidado de que tengamos contra nuestra íntima voluntad, al frente de nuestra hoja, a persona alguna que nos inspire repulsión, porque así sea conveniente. No haya cuidado de que sacrifiquemos los intereses públicos ni la buena reputación de algún amigo querido.

Es el caso que queríamos hacer notar a nuestros lectores que El Día, diario fundado con un propósito primordialmente político, se venderá desde hoy en la calle por la mitad del precio de los otros diarios del mismo formato. Al tomar esta medida nos ha impulsado el deseo de ponerlo fácilmente al alcance de todas las clases sociales, y la consideración de que si el favor público le fuera dispensado ese precio bastaría para sostenerlo desde que no aspira a realizar pingües ganancias. Quedan pues avisados los lectores de El Día contra las vivezas de los muchachos revendedores.