La oposición sostiene todos los días que cuenta con la opinión pública. Pero cuando se proyectan las medidas para que esa opinión pública se exteriorice en forma concreta, por medio de la votación popular sobre puntos determinados de la actividad legislativa, protesta contra el procedimiento, en una forma que revela su temor a las decisiones categóricas del cuerpo electoral. Es completamente contradictorio que, por una parte, se hable en nombre del pueblo, se cite la concordancia entre la voluntad de éste y la propaganda que en su representación se dice desarrollar, y, por otra parte, llegado el caso de comprobar esas afirmaciones, se renuncie a la ocasión propicia. El pueblo, para la oposición, es, según parece, una palabra hermosa para agitarla como bandera; pero se convierte en un peligro cuando se trata de conocer la dirección efectiva de su voluntad. La oposición se va a encontrar en más de un aprieto para conciliar sus palabras con sus hechos. En efecto ¿confía o no confía en interpretar las aspiraciones del pueblo?. Si lo primero ¿Por qué se niega –oponiéndose a la consagración constitucional de la institución del referéndum- a que éste apruebe su conducta, cuando se le convoca a que haga una manifestación en ese sentido?. Y si lo segundo ¿Por qué invoca todos los días una representación que le pertenecería?.
Naturalmente, esquivará una respuesta terminante; tiene interés en que el pueblo no pueda decidirse en los momentos oportunos porque quedaría desautorizada en cada caso, e imposibilitada para continuar hablando en nombre de esa opinión publica a la que, de buen grado, ataría de pies y manos para impedirle moverse libremente. El Partido Colorado, en cambio, sostiene que interpreta los deseos de la mayoría del país, y corrobora su patriótica sinceridad proyectando someter al pueblo todas las cuestiones que susciten dudas con el objeto de que, en la realización práctica de la función política, se siga la norma indicada expresamente por la voluntad popular. A ese fin responde la inclusión del referéndum en el proyecto de reforma constitucional que se ha publicado en este diario.
El referéndum supone la intervención directa del pueblo en la orientación fundamental de la vida política del estado. En una democracia sincera no puede desconocerse el derecho del conjunto de ciudadanos a rectificar lo hecho por los que, en su representación, gobiernan al país. Sólo las tiranías se alejan del pueblo, y sólo un pueblo tiranizado renunciaría a la facultad de declarar su voluntad por los procedimientos políticos permitidos. En las monarquías absolutas, el pueblo obedece; en los países de régimen republicano representativo, con exclusión de la consulta al cuerpo electoral, el pueblo confía en quienes lo representan pero sin la posibilidad de hacer sentir eficazmente su sanción aprobatoria o desfavorable para los gestores; en un país donde la libertad democrática esté ampliamente asegurada, el pueblo dispone.
El gobierno directo del pueblo es el régimen que inicia, racionalmente, la vida política de las comunidades pequeñas que han conquistado su libertad. En Grecia, en Roma, en Germania, en muchas ciudades italianas, en los cantones suizos, en todas partes, y siempre que se ha producido un florecimiento de la libertad, el pueblo se ha hecho dueño de sus derechos y ha impuesto su soberanía. Eso supone algo más que el control de la conducta del gobierno; es gobernar por sí mismo. Hoy, dadas las circunstancias de la vida social colectiva, de la extensión y población de los países modernos, no es posible tal solución. Pero se encuentra en el referéndum un correctivo a los posibles errores del régimen representativo, y puede esa institución ir marcando las normas generales de la acción política a la cual deben ajustar su acción los poderes del estado.
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